“todo se arregla con plata”. De donde cabe suponer que la máxima alternativa, cual es la de “meter balas”, serviría como reaseguro, para el caso que esa convicción resultara fallida.
Esa convicción, según la cual es posible “arreglar todo y cualquier cosa” valiéndose de la táctica de poner gruesos fajos de billetes de papel moneda valorada –el que no es el caso de “nuestro peso”- es tenida como cierta en cada vez más amplios sectores de nuestra sociedad. Con el agravante que provoca, el estar ella arraigada en sociedades desquiciadas, donde enseñorea la corrupción. Un tipo de sociedades, que “es y no es” así, se da en el caso de la nuestra, donde todavía, afortunadamente, se observa la existencia de un importante –aunque cada vez más menguado- capital de “reservas morales”.
Cierto es que los sobornos y la corrupción medran en todas partes, y ninguna sociedad por ello debe afirmar seriamente que todos sus integrantes son impolutos, pero de cualquier manera se consideran respetables, a aquellas en el que el delito es perseguido y se nota el esmero en la búsqueda y condena de sus autores, a diferencia de aquellas en las que “todo se deja pasar” y es frecuente ver a quienes delinquen ufanarse de ello, ante un corrillo de personas que los admira y los envidia al mismo tiempo.
Es por lo mismo que no se puede ver, al menos como desafortunada, la información conocida en estos días, según la cual el presidente de la de la Nación busca que se cierre la causa en la que está imputado por la archiconocida fiesta, efectuada durante la “fase dura” de la pandemia en la quinta de Olivos, con una compensación económica de un millón seiscientos mil pesos.
Cierto es que ya la justicia, y en relación a otros de los participantes de esa celebración, ha admitido ese cierre de causa contra ellos, como consecuencia de una compensación económica. Pero, ninguna de esas personas se encontraba en el lugar que ocupa el presidente, dado lo cual, en su caso el seguir ese camino puede servir para alimentar, reforzándola, la idea que “con plata, todo se arregla”.
Es por ello que en su caso lo que hubiera correspondido es una presentación judicial reconociendo los hechos y al mismo tiempo disculpándose ante la justicia y la sociedad por lo que era no otra cosa que un error poco feliz, que incluso quedaba sepultado ante “la ausencia de la debida ejemplaridad presidencial”.
Ya que, en un régimen republicano como el nuestro, y a diferencia de esos regímenes monárquicos en que por imperio de las normas fundamentales de la institución del sistema “el rey no puede ser encontrado cometiendo errores”, mientras a los funcionarios de esa jerarquía, no solo se los puede verlos cometiendo, sino además debiendo pagar por ellos. Es por eso que el referido reconocimiento del error cometido y el pedido de disculpas que es su consecuencia, debe considerarse como suficiente acto de reparación, y el juzgador tiene una oportunidad de mostrarse creativo a los fines de así considerarlo.
Mientras tanto, resulta innecesario que reafirmemos nuestra convicción que con plata no se arregla todo, y ni siquiera casi todo, más allá de esos casos en que solo los “fierros” han quedado maltrechos y que todo se reduce a una cuestión de “chapa y pintura.”
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